El periodismo, en la Argentina, nació revolucionario. Por lo menos si se considera por qué celebramos el 7 de junio el “Día del periodista”.
Se sabe que la fecha nos lleva sin escalas al día en que Mariano Moreno publicó el primer ejemplar de la Gazeta de Buenos Aires. Pero menos se tiene en cuenta que el periódico no era otra cosa que el órgano difusor de la Primera Junta. El house organ, se diría por el norte. O más bien el Registro Oficial, como determinó que se llamara Bernardino Rivadavia a partir del 12 de septiembre de 1821.
De una Junta revolucionaria, claro. Por eso Si se profundiza en el espíritu de la época y en las características de su fundador, podría considerarse que el origen del día del periodista nos lleva a principios revolucionarios.
La génesis de nuestra labor se encontraría más bien en el emblema que acompañó el primer ejemplar y en el decreto que lo autorizó, un 1 de junio, apenas una semana después de la Revolución de Mayo.
“El pueblo tiene derecho a saber la conducta de sus representantes”, sentenció la Primera Junta al ordenar que “salga a la luz un nuevo periódico semanal”, y allá fue Moreno y decidió encabezarlo con su emblema: “Rara temporum felicitate, ubi sentire quae velis, et quae sentias dicere licet”.
La frase es del historiador romano Publio Cornelio Tácito y sentencia “La rara felicidad de los tiempos en los que pensar lo que quieras y decir lo que piensas está permitido”. Esa, entonces, parece una descripción acorde a los días revolucionarios que rodearon la creación de la Gazeta de Buenos Aires.
¿Qué tan lejos y qué tan cerca estamos de un ejercicio profesional oficial, revolucionario o que refleje lo que pensamos a voluntad y decimos lo que queremos, sin prohibiciones?
En la Argentina no está por ocurrir ninguna revolución, pero sí por cumplirse 40 años de la recuperación democrática. A mediados de la década del 80, el presidente Raúl Alfonsín decretó la creación del Consejo para la Consolidación de la Democracia. Reunió notables, en su gran mayoría hombres, que redactaron el primer proyecto de Ley de Radiodifusión para que reemplazara la normativa dejada por los genocidas.
Como parte de sus debates, acuñaron una certeza: “la democratización del sistema de medio de comunicación de masas es una precondición para la consolidación del sistema democrático”. Para lograrlo, propusieron “la regulación de los medios de radiodifusión” con seis medidas fundamentales:
1- “pluralizar las vías de acceso, expandiendo el sector privado y comunitario”
2- “evitar que ningún grupo tenga posición monopólica o dominante”
3- “que las consideraciones comerciales no se sobrepongan a consideraciones de bien público”
4- “limitar el tiempo de publicidad y el contenido de publicidad dañina para la salud física y psíquica”
5- “prever el derecho de rectificación de informaciones falsas”
6- “crear una defensoría del público para canalizar los reclamos de los destinatarios de los medios”
No hace falta demasiada sagacidad para notar la deuda que tenemos con la propia democracia, dado el altísimo nivel de incumplimiento de los pilares fundamentales que se acordaron entonces. Y para reconocer por qué la precarización laboral, con uso de inteligencia artificial pisando los talones de la profesionalización, signa los tiempos.
Ni hablar si volvemos a esos tiempos de recuperación democrática y tenemos en cuenta el voto negativo de María Elena Walsh, una de las únicas dos mujeres que formaron parte del Consejo.
El 16 de noviembre de 1987 envió una carta a los “señores Consejeros”, en la que “lamentó” no firmar el proyecto porque creyó “indispensable, para elevar el nivel de los medios, prohibir específicamente textos e imágenes destinados a la degradación de la mujer”. Y nadie la tuvo en cuenta.
La artista más escuchada por su música, fue desoída en su diseño de políticas públicas.
Un cuarto de siglo después, consagrada ya la figura de violencia mediática y simbólica en la Ley de Protección Integral para prevenir, sancionar y erradicar la violencia contra las mujeres, a su vez de obligatorio cumplimiento para los medios de comunicación, dada su inclusión en la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual, la situación, a fuerza de inteligencia artificial, ultra concentración comunicacional, falta de políticas públicas efectivas y aplicación constante de la legislación vigente resulta muy negativa para las mujeres periodistas, políticas y todas aquellas que desarrollen vida pública.
De acuerdo con el Comité de Expertas del Mecanismo de Seguimiento de la Convención de Belém do Pará de la Organización de Estados Americanos (OEA), de visita en la Argentina, entre el 1 y 3 de marzo pasado, “la autocensura, hostigamiento, miedo e impunidad” caracterizan la “violencia contra las mujeres en la vida pública y política”, que no se trata de “hechos aislados”, sino de una “práctica ampliamente tolerada”, con “actos de violencia facilitados y exacerbados por algunos medios de comunicación y el uso de redes sociales”.
“El discurso de odio contra las mujeres políticas –agregaron- especialmente las máximas figuras como la vice presidenta (Cristina Fernández, víctima de un intento de magnicidio), genera un desorden informativo de características violencias que busca mermar la influencia pública (…) impunidad que tiene un enorme impacto en las mujeres y las instituciones democráticas, en tanto la violencia política no sólo agrede a las mujeres, sino que agrede a la democracia”.
En eso estamos este Día del periodista. Este día de la periodista también. Procurando hacer visibles hechos que pretenden borrar. Procurando que se reglamente la Ley de Equidad en la Representación de los Géneros en los Servicios de Comunicación. Procurando que no nos borren. Que se recuerde a Petrona Rosende, la primera mujer en publicar un periódico por estos pagos, La Aljaba, “dedicado al bello sexo argentino”; a Enriqueta Muñiz la periodista que investigó la Operación Masacre que no sólo fue de Rodolfo Walsh. Procurando que se multipliquen las mujeres y las diversidades sexogenéricas que trabajan, pueden y deben trabajar en las redacciones periodísticas. Procurando memoria, verdad y Justicia. Sin olvidar a los más de 100 periodistas detenidos desaparecidos y recordando que muchos medios que aún hoy dicen informar, cuando debieron custodiar la libertad de expresión, silenciaron un genocidio.
Hace más de dos décadas, empezaba a trabajar en Telenoche Investiga. Con la experiencia acumulada por la realización de un documental de investigación histórica a 30 años de la dictadura cívico militar empresaria jurídica clerical y mediática, logramos determinar dónde estaban los aviones Skyvan, “las heladeras con alas”, que podían haber sido usados como parte de la maquinaria criminal de exterminio y desaparición durante el último genocidio.
Aún recuerdo el momento en el que un piloto experimentado leyó las planillas de vuelo que habíamos conseguido en los Estados Unidos, donde se usaba el avión para ganar dinero con paracaidistas. “Origen y destino Punta Indio”, dijo, “al límite de la autonomía de vuelo”, razonó, “¿cómo vas a despegar para volar hasta quedarte casi sin combustible y volver al punto de partida. Es muy riesgoso, no tiene sentido”.
“¿Puede ser un vuelo de la muerte?”, le pregunté, “Definitivamente sí”, contestó.
Ese piloto nunca quiso salir en cámara. Tenía miedo porque aún por los aeropuertos podían transitar aquéllas personas. Pero el equipo de trabajo logró otros testimonios, además de las planillas de vuelo, donde figuraban las precisiones necesarias para llegar a los pilotos y responsables.
“Cuando descubrieron el Río de la Plata, creyeron que era un mar, por sus olas potentes, capaces de hacer liviano lo pesado. Capaces de envolver, de estrujar y hacer desaparecer”, escribí sin aliento para el guión televisivo.
En esta semana de la periodista y el periodista, por orden del gobierno, ese Skyvan está volando hacia la Argentina, como respuesta al reclamo de familiares de las víctimas arrojadas al río aún con vida, luego de que el Poder Judicial condenara a algunos de los responsables, luego de que Néstor Kirchner derogara las leyes de Obediencia Debida y Punto Final y bajara el cuadro de Videla.
¿Cuántos cuadros más deberíamos bajar y cuántos subir? Porque aunque nos quieran borrar, como periodistas, nos vamos a reescribir.
Aunque quieran impedir la Memoria, la Verdad y la Justicia, como periodistas, la vamos a reconstruir.
Porque el periodismo es un acto revolucionario. Desde nuestro origen. O no es, ni será nada.
*Cynthia Ottaviano es Doctora en Comunicación, periodista reconocida a nivel nacional e internacional, académica (UNLP/UNDAV) y funcionaria
Fuente: https://www.telam.com.ar/notas/202306/630587-periodismo-comunicacion-ottaviano-opinion.html