Edgardo Moreira y Fito Yanelli se sacan chispas como protagonistas de “Príncipe azul”, la emblemática obra de Eugenio Griffero sobre dos hombres mayores que se reencuentran medio siglo después de haber vivido un romance, en una versión que tiene en Thelma Biral a una directora que sorprende.

La puesta actual en el teatro Regina coincide con el estreno de la película “Dolor y gloria”, de Pedro Almodóvar, con un tema afín, y la pieza -conocida en Teatro Abierto 1982- es una de las más representadas del teatro argentino de las últimas décadas, desde la ya mítica versión que dirigió Omar Grasso con Jorge Rivera López y Villanueva Cosse, en épocas en que aún regía una dictadura en el país y la censura era severa, aunque menos en el teatro que en el cine.

Es muy distinta la situación actual, pues en 37 años pasaron cosas, el sentido democrático de la vida en general es infinitamente más amplio, existe el matrimonio igualitario, hay leyes de género y las relaciones, no ya sexuales sino amorosas, entre personas del mismo sexo son vistas con otra naturalidad.

En 1982 Teatro Abierto se caracterizó por un repertorio menos urgente y aguerrido que en la primera temporada -la del famoso incendio intencional del Picadero-, tuvo varias salas a su disposición y dio a conocer “El tío loco”, de Roberto Tito Cossa, “Hay que apagar el fuego”, de Carlos Gorostiza, “La casita de los viejos”, de Mauricio Kartun, y “Las paredes”, de Griselda Gambaro, entre otros textos perdurables por encima de las circunstancia de su estreno.

Entre ellos estaba la obra de Griffero, que no llamó la atención por la audacia del reencuentro de dos hombres que fueron amantes medio siglo antes, pactado con fecha y lugar precisos, sino por el vuelo poético de sus situaciones, que jamás caen en lo patético ni en el mal melodrama, y que en sus escenas culminantes elige el absurdo, el monólogo interior y hasta el delirio.

Hombres que se acercan a los 70 años, uno (Moreira) es un cómico de barracón, ebrio consuetudinario y con el lastre de vivir en algún teatrucho junto a vedettes avejentadas, y el otro (Yanelli) es un profesional liberal que terminó casándose y conviviendo con hijos y nietos, aunque confiesa que alguna vez se le fueron los ojos tras algún muchacho en la playa, como le pasaba al Von Aschenbach de “Muerte en Venecia”.

La obra está dividida en tres tercios: uno que describe al primero en la bruma nocturna de ese muelle que está igual que antaño, cuenta las peripecias de su vida en soledad y duda sobre la comparecencia de su viejo amado -“¿No se habrá muerto”, se pregunta-; el siguiente, en el que el segundo es la contracara. y en el tercero ocurre el encuentro, donde Griffero, que es además psicoanalista, evita seguir el camino de cualquier otro autor y elige seducir al espectador con poesía e imaginación.

Biral no tenía antecedentes de directora aunque alguna vez manejó una adaptación de “M’hijo el dotor”, de Florencio Sánchez, en un ciclo, y en una entrevista reciente dijo ser consultada habitualmente por algunos directores; pero su tarea en “Príncipe azul” gratifica por el clima que logra, el ritmo interno que establece, las conductas cautas de sus criaturas aun en situaciones límite.

Claro que nada sería lo mismo sin las actuaciones del dúo: el animal escénico que es Moreira, patético y encantador al mismo tiempo, y el sutil Yanelli, que debe luchar con el personaje más contenido y temeroso, ambos protagonistas de un ocaso inevitable.

Fuente: http://www.telam.com.ar/notas/201906/367554-moreira-yanelli-principe-azul-teatro.html

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